Aunque la palabra verdad tiene muchas acepciones según la materia y la perspectiva en que se trate, ahora quería ver esta palabra en el contexto de la política y de lo que normalmente entiende la gente cuando se habla de la verdad contrapuesta a la palabra mentira o falsedad.

La verdad en este sentido de la adecuación de lo que pensamos con lo que son las cosas, cuando se trata de comunicar socialmente esta verdad, lleva consigo un compromiso ético. La verdad es necesaria para la convivencia humana. Estabiliza y da confianza a la sociedad. Por el contrario, la mentira, la falsedad que algunos han considerado como arma política, lleva consigo el germen de la destrucción social, la falta total de entendimiento de unos con otros, e incluso el enfrentamiento. Por esta razón, no entiendo, a veces, cómo en los discursos institucionales bien confeccionados, incluso los de la Presidenta del Congreso o el mismo Rey, no usan ni una sola vez la palabra verdad. Es un valor fundamental que debe presidir cualquier acción pública al lado de la justicia, la igualdad, o la libertad. Cuando no hay una información verdadera, no hay libertad humana ni justicia. Sin verdad no somos libres, no hay libertad.

En cuanto al error, cuando no es intencionado, no tiene implicación moral, es un fallo del entendimiento, no de la voluntad. La verdad de adecuación es necesaria para poder vivir en una sociedad sana, fiable y habitable. La verdad no es instrumento para otras cosas, es “finalista”, condición indispensable como valor fundamental de convivencia.

La posverdad.

Ahora se está poniendo de moda un término que no sé cómo calificarlo, ni cuál es la intención de los que lo usan. Desde mi punto de vista, la verdad tiene un sentido de estabilidad y no está sometida al cambio por intereses, ni siquiera por el tiempo. La verdad, en principio, es un corte espaciotemporal aunque hablemos de realidades cambiantes. Se trata no de antes y después, sino de aquí y ahora. Cuando se habla de posverdad parece que se quiere disfrazar la falsedad, convirtiéndola en mentira doble. Cambiamos el traje a la mentira y la llamamos posverdad.

Sin duda, este tema requeriría tratarse muy ampliamente y ahora solamente lo insinuamos. La verdad “es o no es”, pero como tal, no está sometida al tiempo ni a los intereses que puedan convertirla en algo falso o viceversa.

La Real Academia define la palabra posverdad como “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.”

La verdad debe regir las relaciones humanas como principio ético. La falsedad, la mentira, es justamente lo contrario, sirve para destruir la sociedad y engañar a la gente.

Cuando hablamos de la verdad en política, estamos desechando todo aquello que, bajo cualquier pretexto, trata de confundir, de manipular, de engañar al pueblo. En todo aquello que implique engaño, exageración o mentira, rechazamos la retórica, la dialéctica, la demagogia y todas aquellas promesas falsas disfrazadas del modo que sea. Una sociedad basada en la mentira y el engaño no permitirá que haya una sociedad humana estable.