El agua es crucial para la seguridad alimentaria, así como para el desarrollo de las zonas urbanas y de la industria. Desde hace varias décadas, sin embargo, los suministros se desperdician o no se administran adecuadamente. Además, en los últimos años se observa que se avecina una era de escasez del agua.

Si bien el calentamiento generalizado del globo garantiza que el futuro no será una simple extrapolación de lo que ha sido el pasado, siguen siendo un enigma las variaciones exactas que experimentará el clima. Esta incertidumbre dificulta la planificación de presas, embalses y sistemas de riego, cuya duración mínima suele ser de medio siglo. Y lo más preocupante es que, en los casos en que el resultado sea una menor cantidad de precipitaciones, las áreas que ya rozan los límites de sus reservas de agua pueden entrar en un periodo indefinido de grave escasez.

El moderno desarrollo de la gestión hidrológica ha sido bastante sencillo: Estimar la demanda de agua y luego construir un sistema de aprovisionamiento para satisfacerla. Se trata de una gestión que no toma en cuenta las complejidades del mundo natural, las cuestiones de equidad humana, los impactos para otras especies vivas ni el bienestar de generaciones futuras. En un mundo de abundancia de recursos, puede que la fórmula haya resultado satisfactoria, pero en un horizonte de recursos limitados, se convierte en una receta que puede provocar trastornos.

Para una gestión hídrica sostenible, lo fundamental es que los criterios ecológicos que se fijen garanticen la protección de los ecosistemas hídricos. A menos que se especifiquen reservas hídricas obligatorias para el medio acuático, las zonas urbanas y los sectores agrícola y urbano lo sobreexplotarán y deteriorarán.

Las proporciones exactas de agua que hay que conservar en determinado río varían según la época del año, los requisitos de hábitat de la vida ribereña, los equilibrios de sedimentación y salinidad del sistema fluvial.

Casi siempre, los esfuerzos que han logrado reducir el consumo urbano de agua de forma estable consisten en algún tipo de combinación de incentivos económicos, normas reguladoras e información pública que en conjunto fomentan la adopción de tecnologías y comportamiento de ahorro hidrológico.

La elevación del precio del agua de forma que refleje con más exactitud su auténtico coste es una de las medidas más importantes que cualquier municipio puede tomar. Las tarifas de suministro de agua están constantemente por debajo de su coste real y, en consecuencia, su gasto abusivo es crónico.