Parece que los pobres heredan su pobreza y los ricos su riqueza. Esto no puede seguir siendo así. Cada persona merece tener oportunidades similares para alcanzar una vida digna y el desarrollo de todas sus capacidades. La enseñanza, al margen de ideologías y manipulaciones, es, quizás, el camino para conseguir esa emancipación de la persona por encima de su abundancia o carencias de origen.

He visto cómo viven y hablan algunos ricos, algunos poderosos y “superpoderosos” que presumen de su propio derroche millonario y cuando se les pregunta qué piensan de los que no tienen para comer, responden a secas “los culpables son ellos”.

            Quizás la palabra que podía definir la imagen causada es la de perplejidad, la de absurdo, egoísmo, … así podría seguir añadiendo adjetivos de indignación por esa falta de sensibilidad ante los que tienen la urgencia del hambre o de cubrir las necesidades más elementales, que son similares en cada cuerpo y persona humana. No atrae su dinero ni su ostentación, más bien impresiona su incapacidad de ponerse en el lugar y la urgencia del hambre. El dinero, sin duda, es un instrumento necesario para todos. El problema está en que sirva de modo tan desigual para unos y para otros o que sea adquirido a costa del trabajo ajeno. No es razonable que alguien que trabaja no pueda cubrir, a veces, ni siquiera las necesidades más elementales suyas y de su familia.

Aunque la culpa de su realidad concreta, en algún caso, la pudiera tener el propio individuo, no dejaría de ser hombre, de ser humano y despertar en los demás la solidaridad más espontánea.

Al hablar de la realidad de los ricos y de comportamientos como los indicados anteriormente, no quisiera que se viera a todos con los mismos valores ni las mismas reacciones. Pienso en la generosidad de algunas personas, cuya sensibilidad ante los más necesitados y la sociedad en general, es conocida.

El instinto de supervivencia puede llevarnos a la acumulación de bienes para conseguirlo, pero ese instinto de supervivencia tiene que pasar a ser derecho de todos. El instinto de acumulación de bienes contaminado por un egoísmo insano no puede servir para mantener unida a una sociedad de hombres libres y teóricamente solidarios.

No podemos hablar seriamente de derechos humanos, ni del substrato cristiano de nuestra sociedad si no somos capaces de encajar los valores de la libertad, la justicia y la igualdad y saber distinguir la urgencia de la sed y del hambre de la misma coherencia lógica y de aquéllos que, siendo valores importantes, pueden esperar y aguantar más que el hambre o la sed.

Desgraciadamente, en algunas democracias no se ha pasado, todavía, de los derechos formales a los derechos auténticos y efectivos.

Me alegro, por otra parte, del uso de palabras como compartir, solidaridad y otras que barajan con facilidad nuestros niños.

¿Y qué le aconsejaríamos a los ricos y súper ricos?

No me creo la persona adecuada para dar consejos. Creo que está al alcance de cualquiera rectificar determinado modo de pensar y actuar, que se olvida de que cualquier hombre tiene las mismas necesidades y derechos y requiere un tratamiento similar y solidario. En cualquier caso, se trata de derechos que, si no se cumplen, pueden derivar en agresividad para conseguir aquello que, en principio, pertenece a cada uno. La libertad debe encajar con la justicia y la igualdad de forma efectiva y solidaria.

Se trata de realidades porque las palabras sustituyen a las cosas, pero solo a nivel conceptual. Necesitamos que las palabras se conviertan en realidad, que no se queden en el mundo de las promesas vacías y sin consecuencias para aquellos problemas que deseamos solucionar.

El pobre no deber seguir heredando pobreza, sino oportunidades de desarrollo completo como persona, en condiciones de igualdad y sin privilegios para nadie.

Pedro Cañada Castillo