Cuando hablamos de ganar y perder en la democracia formal, no estaría mal recordar algunas cosas que, a veces se olvidan y otras se ocultan.

La democracia supone un gran avance en la convivencia humana y debemos conservarla como un instrumento utilísimo. Pero tenemos que recordar que la democracia surge por un fracaso de la inteligencia, para encontrar la verdad para todos. Por eso, ocurrieron errores graves a pesar de las mayorías, como en el caso de Hitler, y en otras minorías que trataron de imponer sus ideas.

La democracia no se agota reduciendo la cualidad de los principios y los ideales, a lo material de lo contable. Reducir la calidad de la ética a la cantidad de las matemáticas no deja de ser discutible, aunque tenga algunas ventajas.

En cualquier caso, la democracia formal no puede agotarse ahí. El progreso de la democracia está ligado a la aproximación a la justicia para todos, la igualdad de oportunidades para todos y la supresión de privilegios y leyes hechas para favorecer a los poderosos y marginar a las minorías.

Si el ganar supone un progreso para una parte de la sociedad, cuando esa parte pierde, ¿tenemos que pensar en un “regreso”? El progreso en democracia creo que consiste en hacer que la convivencia, la solidaridad y el bienestar sean iguales para todos. El ganar y perder tiene diversas lecturas y, aunque es legítima la interpretación de que gana el que más voto obtiene, en una visión común de la sociedad, el progreso democrático no consiste en que unos ganen y otros pierdan, sino en que la sociedad entera progrese en su aspiración a conseguir la eliminación de privilegios y el bienestar igual para todos.

La democracia formal debe evolucionar hacia una democracia en la que nadie  pueda sentirse marginado o privilegiado por tener o no tener el poder.

Como anécdota personal, me impresionó algún año antes de la democracia, de una afirmación que no pude verificar: “en Suecia, las diferencias entre el que más ganaba y el que menos, eran de 1 a 10. En España, se decía, que las diferencias eran de 1 a 14.000”. Ahora se habla, incluso, de mayores diferencias. Si estas diferencias son reales, esta democracia estaría enferma y debería “hacérselo mirar”.

Por lo que respecta a las minorías como Extremadura Unida, no renunciamos a nuestra idea del progreso para todos y privilegios para nadie. El reparto de los presupuestos debería empezar de abajo hacia arriba, primero hacer justicia a los que más lo necesitan hasta llegar al nivel medio para todos.