El control se considera desde el punto de vista de la realización de los objetivos y no desde el ángulo represivo de la simple vigilancia. Es claro y continuo, y no es ni molesto ni esporádico. Su finalidad esencial consiste en preservar la realización de los objetivos de conjunto y corregir poniendo en práctica las actividades pertinentes, ya que un plan, a pesar de estar bien estructurado, tropieza siempre con imprevistos a los cuales hay que saberse adaptar.

Desde la cúspide de la empresa, liberado en principio de las preocupaciones a corto plazo y teniendo una perspectiva clara del conjunto de la situación, el dirigente debe analizar, estudiar y por último dirigir.

Del mismo modo, se reserva las negociaciones más importantes. Tiene que saber convencer a sus clientes y también “vender sus ideas” a su personal y a sus proveedores. En fin, en el ambiente actual en constante movimiento, el dirigente no se puede limitar a tomar como modelo de su acción o de sus decisiones el marco del pasado. Debe ser capar de innovar, de crear, de orientar al cambio y de suscitar en torno a él una atmósfera en la que puedan emerger las aportaciones creativas y las soluciones nuevas. Dirigir no es, en absoluto, teledirigir a autómatas.

Uno de los graves peligros que acechan al dirigente es el dejarse atrapar por las tareas de ejecución (visitas a clientes importantes, estudio personal de problemas técnicos o de organización, etc.) por miedo a veces de no ser capaz de cumplir adecuadamente sus deberes de dirección y por un rechazo inconsciente a la toma de decisiones.