Tengo miedo.

Hace varias noches que en mitad de su silencio y oscuridad me imagino en las entrañas de un mar profundo, tan profundo dicen, que nadie, por muy profesional y experto que sea, ha conseguido llegar hasta allí.

Me encuentro en ese lugar donde el silencio ensordece y la oscuridad ciega tratando de entender cómo la maldad más absoluta y descabellada puede llevar a un padre a engendrar un plan tan perfectamente diabólico que culmina con el asesinato premeditado de sus dos hijas de seis y un año y el posterior lanzamiento de los cuerpos a ese lugar profundo del mar, con el único objetivo de provocar el mayor dolor posible a la madre de las pequeñas, no encontrarlas jamás.

Tratando de buscar palabras que honren a estas dos pequeñas sirenas que ya juegan en el reverso de ese mar oscuro, no dejo de preguntarme qué hace mal esta sociedad para que alguien acabe con la vida de dos criaturas con toda una vida por delante, sin culpa de nada y para incluir y normalizar sin darnos cuenta en nuestro día a día el término violencia vicaria, uso de los hijos para hacer el mayor daño posible al cónyuge, en este caso a la madre.

Sin embargo, tampoco podemos olvidar a Yaiza, asfixiada por su madre con el fin de hacer daño a su exmarido hace menos de un mes, o no dejar de recordar al pequeño Gabriel asesinado por la pareja de su padre, presa de los celos por la buena relación entre los padres del pequeño pescaito.

No me considero machista o feminista, parto de la base de que a estas alturas todos somos sí o sí iguales y que debemos remar en favor de los más vulnerables, nuestros niños.

Apelo a leyes más duras, a no dejar caer en saco roto cualquier indicio por, pequeño que sea, de daño hacia el más preciado de los tesoros: la infancia.

Va por vosotras Anna, Olivia, Yaiza.
Va por todos.
#niunomás

Sonia Bote