En estos últimos tiempos ha surgido una palabra que simplemente con escucharla sientes que todo lo puedes lograr y que aquello que deseas puede estar a tus pies con simple chasquido de dedos, el empoderamiento. Ese proceso por el cual las personas o colectivos aprenden a desarrollar y fortalecer sus capacidades, así como la adquisición de confianza para transformar de forma positiva distintos aspectos de su vida.

La sociedad, los partidos políticos, distintos colectivos pretenden empoderar a aquellos que se encuentran en una situación de vulnerabilidad, proporcionándoles distintas herramientas para solventar los diferentes obstáculos que a todos nos aparecen en nuestro día a día.

A mi humilde entender esta adquisición de poder e independencia pierde fuelle cuando los más interesados en vender esta fuerza son los que proponen un presente sin esfuerzos, tratando que los que mañana deberían ser mujeres y hombres dispuestos a comerse el mundo no se frustren al no poder seguir un dictado al ritmo del profesor o no sepan, eliminando la regla de tres, cuántas cajas de leche tienen que comprar para toda la semana. Eso sí, no faltará la educación sexual. Dará igual pasar de curso con tres o cuatro asignaturas pendientes mientras que sepas donde tienes el pene o la vulva y el uso que puedes hacer de ellos desde bien pequeño.

Soy de las que tuvieron que hacer el esfuerzo por seguir los dictados de los profesores. Si un día me frustraba, al día siguiente de nuevo lo intentaba. Mis tan odiadas matemáticas me han hecho saber cuánto debo comprar para tener un plato en mi mesa… La vida y sus tiempos me enseñaron el resto.

Veo crecer a mis niños con el miedo de que, simplemente por poder, el estado juegue con su mañana.