La matancera es una mujer que, mientras el matarife mata el cerdo, se encarga de remover la sangre que luego servirá para alimentar las morcillas y chorizos; pero ‘Matancera’ es también el nuevo espectáculo de Rosario ‘La Tremendita’ que, junto a la Kaíta, presentará mañana en el marco de la Bienal de Flamenco de Sevilla. Hay mucha expectación ante esta obra que colgó, en poquísimo tiempo, un ‘sold out’ de hambre de arte. Un puente entre Triana y Badajoz que emana de la necesidad de esa libertad vital con la que conviven estas dos generaciones de artistas, transgresoras y salvajes.

¿Qué es ‘Matancera’?

Matancera es un diálogo entre Extremadura y Triana donde la visceralidad y el cante están muy presentes, tanto en la figura de Kaíta como en la mía. Es un diálogo entre dos generaciones y dos formas de cantar. Es una expresión en el que se va a ver el cante y el salvajismo de cada una, pero desde una visión más vanguardista y contemporánea.

Es una obra, eminentemente, orgánica, ¿no es así?

Si era uno de mis objetivos. Hacer una obra donde estuviera todo muy pensado, porque me gusta llevarlo todo muy gestionado, pero me apetecía que fuera algo orgánico. Surgió de un encuentro en Pamplona On Fire, y me apetecía hacer algo donde la improvisación y la intuición estuvieran muy presentes en el concepto y en el concierto. Hay momentos en la obra que están abiertos para que, tanto Kaíta como yo, podamos expresarnos, explayarnos, comunicarnos e incluso abrir esa cuarta pared con el público.

¿Por qué Kaíta?

Yo me he criado escuchando su cante, ¡me lo ponía mi padre! Tras el encuentro en Pamplona, cuando surgió la idea de presentar algo en Bienal, Ybarra me dijo que nos vio juntas en el vestíbulo del hotel, y que otros críticos dijeron que por qué no se juntaban esas dos figuras; y, ¡claro! cuando me lo propuso recordé todas las veces que estuve escuchándola. Veía esos videos de los 80’ donde Kaíta tocaba la guitarra eléctrica junto a Pata Negra y pensaba: “esa podía ser yo en 2024” Hay una comprensión en el cante donde me siento muy identificada con ella. Hay una visceralidad y un salvajismo donde me siento muy identificada. Creo que Kaíta, en su tiempo y en su generación, ha sido una cantaora transgresora con muchas inquietudes, y con una necesidad de contar más allá del cante y de la tradición.

¿Cómo ha sido el proceso de creación?

Ha sido una aventura porque somos muy viscerales, tenemos muchas cosas en común, pero también tenemos muchas diferencias porque son generaciones diferentes. En la mía, estamos acostumbrados a ensayar muchísimo; soy una persona super cuadriculada, me gusta llevarlo todo muy atado, y he tenido que hacer un ejercicio de soltar y de dejar que las cosas funcionen sin poner tanto hincapié. Gesté la dirección musical de la obra e hicimos residencia artística y técnica en Torrox todo el equipo; porque en escena somos tres, pero el equipo lo conformamos 15 personas. Ha habido momentos de muchas risas en escena con Kaíta, y otros donde he querido tirarme por la ventana porque son muy complicados. Una producción te da momentos de mucha contrariedad, pero también de aprendizaje. Tengo un equipo maravilloso: desde la dirección de escena de Verónica Morales, como la iluminación de Andreu Fàbregas; el sonido de Manu Meñaca o mi propia oficina de base que lidera Carmen Almirante. En fin, estamos en un equipo muy interesante trabajando del que siempre quiero hacer partícipe a Kaíta. Ella me preguntaba: “pero ¿dónde está el guitarrista?; y yo: “¡no hay Kaíta! La única voy a ser yo, y en un solo, porque el resto toco el bajo”

¿Qué ha sido lo más fácil y lo más complicado?

Lo más fácil, la dirección escénica con Verónica Morales; me lo ha puesto muy fácil, he sentido una compañera de camino muy fuerte, y también, de la mano de Daniel Suárez: el único músico (percusionista) que llevamos, y es mi mano derecha en escena. Lo más complicado: lidiar con las dos generaciones. Estamos hablando de una cantaora de los 60, y otra de los 80 que está en un estudio lleno de ordenadores. Ahí hay un diálogo muy diferente. Los cantaores en los años 60 aprendían en el bar; y nosotros no salimos del estudio; ellos vivían de noche, y yo me levanto a las 7 de la mañana y me voy al gimnasio. Es un desfase mental difícil, pero te aseguro que, dentro de la figura de Kaíta y lo que supone, está haciendo que las cosas sean bonitas. Ella también me está sacando de esas matemáticas que tengo en mi cabeza, y eso provoca que surjan cosas diferentes.

¿Qué has aprendido de ti con ‘Matancera’?  

Que hay que soltar, que no siempre se tiene que llevar tan bien atado; a que todo no depende de una porque hay factores que se escapan y hay que confiar; también a entender que la música no es cuadriculada. El día 29 van a ocurrir cosas maravillosas que, si las llevara tan atadas, no saldrían. Confío que esta aventura sea para bien y para algo bonito. En escena somos personas muy viscerales; no pensamos el cante. En el escenario no pienso en lo que voy a hacer, me sale de manera visceral. Esta obra está muy relacionada con la sangre y las vísceras. Creo que el domingo va a ser un día muy especial y emocionante. Para mí, subirme con Kaíta, es un sueño que tengo desde niña; poder haber hecho este viaje de aprendizaje con ella, ¡imagínate!

Palop Flamenco