Atravieso Sierra Morena en esa diligencia de metal y romanticismo que es el tren mientras hablo con la coreógrafa Luz Arcas (Málaga, 1983) de sus recuerdos ligados al folclore malagueño, al campo, a las trillas; a esos animales ataviados, humanizados y a la vez sometidos bajo esas, también vestimentas, que les ligan aún más a sus dueños. Recordamos, en definitiva, mientras esquivamos la impermeabilidad de ondas de los túneles y los cortes de cobertura, los fogonazos de la niñez que en los artistas que saben mirar y mirarse se convierten en obras. Eso es “Mariana”. El espectáculo con el que, la multipremiada artista malagueña, se presenta esta noche en la Bienal de Flamenco de Sevilla. Una liberación, una reivindicación y una reconciliación de ese folclore, con el que Arcas se siente tan identificada. La niña y la artista. Mariana, el animal hembra que trilla, ahonda la era y la prepara para seguir siendo manta fértil; mariana, palo flamenco perteneciente a los tangos que popularizó el Cojo de Málaga a principios del siglo XX. Pasen y lean.
Con este espectáculo “se deja arrastrar por el compás de los órganos, como en los cantes a palo seco”, ¿esto es una reivindicación o una reconciliación?
La verdad es que no lo sé, para mi es curioso porque es una obra que me ha salido del alma de una manera relativamente fácil a pesar de la laboriosidad del trabajo coreográfico. Es una especie de liberación y una manera de abordar la danza en su estado más primario, más ligado a la musicalidad y a lo orgánico.
“Mariana” tiene además connotaciones extremeñas…
Si, la verdad es que toda mi familia política es extremeña, de Montijo. Mi pareja Abraham Gragera es escritor, poeta y también mi ayudante coreográfico y asistente musical; él es fundamental en mi trayectoria. Su familia está muy unida en la tierra y vive muy cerca del campo. Badajoz tiene un folclore impresionante, del que me declaro muy fan, de hecho, incluso he tomado alguna clase allí.
¿Qué es Mariana?
El punto de partida de la obra es la Mariana, el número de la cabra que acompaña al gitano errante. Eso me hizo trabajar en todas las figuras del animal hembra como herramienta para el alimento; también hay una exploración en los cantes de trilla, en los abandolaos…, en esos cantes para acompañar la labor de la mula…, uno de los gestos de la obra es establecer esa relación íntima entre el ser humano y el animal; de ahí viene mucho el folclore, de esa sensibilidad compartida, de ese universo común conformado por esas relaciones complejas de amor, necesidad y también sometimiento.
¿Qué tiene “Mariana” de su anterior obra “Toná”?
Tiene mucho que ver; hay un trabajo en torno a un palo: toná y mariana, y una investigación muy fuerte en el imaginario colectivo de lo popular. Esta obra va un poco más lejos. “Mariana” toma lo arcaico como fuente inagotable; como una potencia creativa repleta de vida.
¿Cuándo dejaste de ver el folclore como parte de tu vida y cuando como parte de tu obra?
Pues en realidad, es curioso porque mi formación es en contemporáneo, en el teatro, me tocó una época en la se miraba mucho a Europa, a Berlín, el arte más postmoderno…, me enseñaban que todo lo bueno estaba más arriba de donde veníamos y pronto me di cuenta, de que en esa vía había algo que ya estaba muerto, que ya no resonaba en mí, así que empecé a buscar en el folclore donde la cultura popular se vuelve sublime; ese punto donde el folclore popular se eleva. Para mí es una especie de liberación y una manera de abordar la danza de una forma más primaria, arcaica, más ligada a la musicalidad y muy intuitiva, muy orgánica. También viajé mucho por Latinoamérica, África, buscando ese arte que estaba exento de esa vía europeísta y estaba plagada de otras expresiones ligadas a la necesidad inmediata de comunicación, ligada a los instintos más humanos.
Pero, ¿cómo surgió ese click?, ¿esa ruptura?
Yo creo que fue, ¡por mi sensibilidad malagueña! Mira, estar en la Bienal es algo inesperado, pero siento que es el sitio de la Compañía; hemos sentido esa desubicación en la danza contemporánea y cierta incomprensión en el tipo de trabajo que desarrollamos. Para esta obra he recurrido a un elenco totalmente malagueño, menos en la percusión, con el que llevo trabajando bastante tiempo. La música, el cante es de Bonela hijo, cantaor con gran trayectoria de la casa Bonela, muy especialistas en cantes de besana, de campo. Hay percusión, guitarra trabajada como arcaica y antigua, y mi danza, que es absolutamente contemporánea e influenciada por el folclore.
Y un vestuario, del artista malagueño Ernesto Artillo, tradicional e innovador por lo que es capaz de recrear sobre el escenario…
Sí, sí, recrea los trajes reales de las mulas y de los burros;yo misma voy ataviada con la vestimenta de un burro taxi, ¡a quién en Málaga no le han marcado los burros taxis! Es un vestuario elaborado que no sofisticado. Yo voy con arreos, con el mosquero de los caballos y es curioso porque ves, que cuando se visten los animales tanto para el peregrinaje, las galas, el Rocío, como para la faena laboral, hay un traje folclórico a semejanza de los humanos. Están humanizados y también sometidos porque son trajes muy opresivos que dirigen la mirada en una sola dirección…, los arreos que aprietan…, el vestuario en sí mismo tiene su propio discurso
“El animal hembra es el cuerpo del trabajo, da igual la era que atraviese. En la obra, el cante alienta y anima a la fuerza productiva y el cuerpo recrea de forma libre la potencia del animal que se deja arrastrar por el compás de los órganos, como en los cantes a palo seco. Lo mueve, no la arqueología de las esencias, sino el puro deseo de encontrar la forma, el orden, la elocuencia. El cuerpo jondo derrocha energía, vida y muerte y esa es su radical y arcaica modernidad. El cuerpo jondo rompe a bailar, como las lágrimas, el sudor o la carcajada: con poderío, con vergüenza, ahí donde el proceso es tan visible como el resultado. Los lenguajes son impuros, mestizos, como todo lo que está vivo. Un baile esculpido en piedra y arcilla, esquemático, tosco y preciso como son los altares, los amuletos o las herramientas. Un baile tan abstracto y simbólico como utilitario y material”
Palop Flamenco
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