El nuevo siglo se abre en las sociedades europeas y en otros países avanzados del norte con el temor al inicio de un cambio de una época de abundancia a otra de escasez en cuanto a recursos humanos. Especialmente grave parece la situación en Europa, que en los dos últimos siglos se había acostumbrado a la combinación de crecimiento económico y crecimiento demográfico, mientras que en la actualidad el segundo componente está agotando su aportación e incluso inicia un cambio de signo.

Los escasos nacimientos de las últimas dos décadas configuran la llegada numéricamente modesta de personas en edad reproductiva en los próximos años, lo que unido a que la propensión a la reproducción no parece vaya a variar respecto de la actual conllevará una caída en el nivel global de población en el Viejo Continente.

Por otro lado, más que el recorte numérico de la población, que en parte puede compensarse a través de la inmigración, preocupa que este retroceso se combina con un creciente envejecimiento de la población que planteará graves problemas socioeconómicos.

Por el contrario, en el resto del mundo, y en particular en los países en vías de desarrollo, la reducción de la tasa de fecundidad contribuirá a resolver parcialmente los graves problemas de sobrepoblación. En cualquier caso, no parece que la abundancia de personas en el sur del planeta pueda compensar, salvo en un porcentaje escaso, su escasez en el norte. Tampoco debe olvidarse que en un mundo tan cambiante como el actual no es posible definir cuál es el óptimo de población y que el pasado reciente está plagado de errores en las previsiones sobre la población.

En los próximos años, muchos países tendrán que enfrentarse a las consecuencias de estabilización o al previsible declive de la población. La más evidente de estas consecuencias será el progresivo envejecimiento de la población, atribuido a un aumento de la esperanza de vida gracias a las mejoras en la atención sanitaria y a la caída de la natalidad. Al ser cada vez mayor el número de personas por encima de la edad de jubilación, lo que implica una disminución de la actividad económica y un incremento en los costes de sanidad y de pensiones, entendidas éstas en sus términos actuales, los problemas de financiación serán evidentes.