Su padre, guitarrista y profesor, encontró un piano en una carpintería. Fue amor a primera vista. Lo compró, abrió la puerta de su casa en Lebrija, y lo introdujo. Su hijo David, ojiplático, encontró en ese instrumento de madera, un amor para toda la vida. Dejó la guitarra, y ese niño hoy, es el precursor de que este instrumento forme parte del universo flamenco. David Peña Dorantes (Lebrija, Sevilla, 1969) con su estilo totalmente icónico, abarca los mundos del jazz, el flamenco, la fusión, la improvisación y la música clásica, y algo más importante aún, abarca la grandeza de no haber olvidado nunca la procedencia, la ilusión, y el esfuerzo constante. Como si aún, siguiera siendo un niño.

Con 14 años, compuso el himno flamenco ‘Orobroy’ ¿Qué supuso para usted?

Ha supuesto algo muy bonito. Cuando lo compuse, lo tuve en un cajón y cuando grabé le disco fue cuando lo saqué. Ese tema lo hice sin ninguna intención; yo solo quería explicar lo que había vivido en una fiesta anterior con mi gente. Hubo una etapa en la que todo el mundo me lo pedía…, con el tiempo, me he dado cuenta de que ‘Orobroy’ tenía algo especial: la impronta del corazón de un niño que solo pretendía expresar lo vivido. Tengo la gran suerte de tener en mí, ese tema, que a cualquier artista le hubiera gustado crear.

Ha protagonizado su propia revolución desde el piano, a partir del cual ha reinventado reglas y traspasados límites tradicionales, ¿qué ha descubierto de usted que no sabía?

Pues en el ejercicio de esa labor, de esa búsqueda de acercar el piano al flamenco, he encontrado un lenguaje propio y he descubierto que he sido capaz. A través del trabajo y la ilusión se me ha dado esa posibilidad. Quizás sea cierto que yo desde pequeño he visto la música de forma diferente, mi familia lo sabía. Vieron a un chaval que lo primero que hizo fue componer, que era muy sensible, siempre he sido un musico muy sensible. Siempre he buscado hacer sentir. A través de los años he visto que aquel niño no era normal. Estaba como en una burbuja, que me cubría y me hacía sentir muy a gusto. Yo recuerdo a Manolo Sanlúcar y a otros artistas que acababan llorando, escuchando esas composiciones. Con los años me he dado cuenta de que tenía una forma especial de ver la música.

¿Qué queda de ese niño?

Con la edad la mirada cambia, pero siempre he procurado guardar en mi ese niño. Todos tenemos que intentar que no se vaya. Queda sobre todo la ilusión. Muchas veces en el estudio empiezo a componer, sin ninguna pretensión, teñido de ilusión, y comienzo a expresar lo mismo que sentía con catorce años. Quedan ascuas de ese niño e intento que no se vaya, por supuesto.

Ser el sobrino de El Lebrijano y nieto de La Perrata, ¿pesa?

No, para nada, todo lo contrario. Me siento orgulloso y soy consciente de esa música que he heredado, que es el flamenco, por lo tanto, son grandes maestros que he tenido en mi carrera. No pueden pesar nunca y estoy inmensamente agradecido.

¿Cuánto le debe el piano de Dorantes el haber nacido en Lebrija?

Mira el concepto que tenemos del flamenco en Lebrija es diferente. Lebrija es una especia de Nueva Orleans y tenemos ese swing diferente, como Jerez o Triana. Lebrija tiene el golpe, la bulería al golpe, de tirar hacia atrás pero despacito. Lebrija tiene complejidad de la sencillez. Todo esto está en mí. La parte mía sencilla, de tirar atrás y el gusto, creo que viene de ahí.

¿Cómo se toca el piano sin imitar a la guitarra?

Conociendo muy bien el instrumento. Tuve la suerte de estar en el Conservatorio y pude conocer la técnica del piano. Imitar a la guitarra se puede hacer en un momento determinado como efecto, como cuando meto la mano en las cuerdas…, esas cosas si las hago, pero basar todas las composiciones en imitar a la guitarra creo que no tiene ningún sentido.

Presentó en la Bienal de Sevilla, Scarlattianas (Tributo a Domenico Scarlatti), ¿Cómo fue la experiencia? En estos momentos, ¿está más cerca de la música clásica que del flamenco?

Esa experiencia fue muy bonita y fue un reto para mí. Me gusta salirme de mi zona de confort para que me aporte en mi mentalidad como músico y en mi carrera. El público disfrutó, tuve buenas críticas y fue el primer espectáculo de la Bienal que agotó las entradas los dos días programados. Me acerco a lo clásico, pero parto del flamenco a cualquier sitio, siempre vuelvo.

Cinco Giraldillos de la Bienal de Flamenco de Sevilla, Premio de las Artes Musicales de Andalucía “Joaquín de la Orden”, dos premios Demófilo, varios premios nacionales de la Crítica, Premio Anual Canal Sur RTVE, Premio Internacional “Manolo Sanlucar” …, ¿Para qué sirven los premios?

Pues no lo sé realmente. Mientras hablamos, veo un mueble repleto de ellos y es algo muy bonito. Pero de todos ellos, me quedo con un cochecito de plástico verde, de esos que se empujan y corren, que me lo regaló, saliendo de un concierto, una niña de siete años. Me dijo: para ti. El padre, que estaba junto a ella me dijo: que sepas que te está regalando el regalo más preciado que tiene, y este gesto, ha salido de ella. Esa carita de ella mirándome, para mí, es el más importante de todos.

Palop Flamenco