Criticar, costumbre de todo ser humano en pleno siglo XXI. Hecho que se caracteriza por juzgar o cuestionar una cosa o persona, normalmente, acompañado por una connotación negativa. Tan solo a veces, infortunadamente, realizamos una “crítica constructiva”, a la que no solemos estar acostumbrados. El ser humano, a día de hoy, vive por y para él mismo, dejando a un lado lo humano de la humanidad, valga la redundancia, como si a él mismo no le afectara la crítica.

Nos pasamos todo el día cuestionando a las personas por su estilo de vida, por su forma de vestir, por cómo realiza su trabajo. Es decir, un sinfín de motivos imposibles de explicar. Quizás lo hayamos adoptado como una opción de conversación, en momentos en los que la falta de entretenimiento se apodera de nuestra mente. Sin embargo, deberíamos pensar, si esta es una buena alternativa para combatir el aburrimiento, y plantearnos si una simple crítica puede ocasionar más daño del que pensamos.

Verdad, solo hay una y es que el juzgar a una persona nace, en la mayoría de las situaciones, de la envidia o de la mala relación entre dos individuos. Es un hecho que resulta ser fácil, abrir la boca y opinar. Esto no es algo que le cueste a la sociedad de hoy.

El porqué de este acto, como ya hemos dicho, es un enigma imposible de resolver, pero deberíamos pensar más en lo que hacemos, en si nos gustaría que nos cuestionaran todo y si cabe la posibilidad de que existan personas que piensan totalmente diferente a nosotros. Aunque, creamos que nuestros pensamientos y nuestros actos son los adecuados, no es así y por eso deberíamos respetar lo que a la otra persona de al lado le apetezca realizar en todo momento. Deberíamos ser más comprensivos con el resto del mundo y pensar en las distintas situaciones en las que se puede encontrar cada individuo.

Es cierto, que todos pensamos que hay que aceptar una crítica lo mejor posible, puesto que puede sernos de utilidad para evolucionar y prosperar. Sin embargo, la realidad es que, en la mayoría de las ocasiones, sentimos en nuestro subconsciente que, más que prosperidad, nos va a traer sentimientos de dolor.

En todo momento, confundimos criticar con observar, siendo este último término el encargado de reconfortar a otra persona, por ejemplo; aconsejando, ofreciendo ayuda y una serie de hechos que permiten engrandecer a un individuo que se encuentre necesitado en el aspecto que toque en ese momento.

Según reconocen algunos psicólogos, los seres humanos somos más débiles frente a una opinión que provenga de un lugar donde no nos sentimos con total confianza. Aunque, normalmente, cuestionamos más a una persona que nos resulta familiar, a alguien que se encuentra en muchos de los momentos de nuestra vida. Entonces, seguro que todos nos preguntaremos ¿Por qué? La respuesta a ello es tan sencilla como el deseo de que esa persona sea tan idéntico, que se sea un “clon” nuestro. Si fuéramos coherentes con nuestros actos, deberíamos cuidar a esa persona que ha demostrado estar en cada momento de este largo trayecto, que es la vida.

El hecho de criticar podría desaparecer en el momento en el que nos preocupemos por disfrutar de las cosas sencillas de este mundo y dejemos de mirar a nuestro alrededor, como si fuera lo único que nos afectara en nuestro día a día. Tenemos problemas más graves que nos deberían inquietar, podríamos aportar y ayudar, en vez de andar pendiente de lo que otros hacen o tienen, estorbando y deteriorando la escasa humanidad que, aparentemente, le queda a la sociedad.

Para terminar la evolución de este aspecto permanentemente vigente en la sociedad, todo ello sin haber encontrado un porqué regido por el sentido común, es preciso proponer una posible solución. Así, debemos evitar que se convierta en miedo el deseo de hacer frente a esas críticas que, en algún momento, hicieron sentirnos hormigas en el desierto. Debemos hacernos a la idea de que, quizás, necesitamos en nuestra vida una persona que nos recuerde lo que valemos, y que tenemos algo especial. Puede que esa persona esté en ti, y no en nadie, cabe aclarar. Y, para aquellos que quieran seguir cuestionando nuestras vidas, minuto a minuto, adelante.

Celia Picón