Tras un año repleto de catástrofes y calamidades, urge reforzar los seguros agrarios para dar certidumbre a los productores y garantizar la producción de alimentos en el futuro.

En los últimos meses, la sociedad española está haciendo frente a un sinfín de catástrofes, de carácter meteorológico, sanitario e incluso geológico. Las imágenes de inundaciones, temporales, granizadas, olas de calor extremo, destructivos incendios forestales o tremendas heladas se acumulan en nuestra retina y en nuestra memoria colectiva. La terrible erupción del volcán de La Palma es la gota que colma el vaso de la desesperación del campo.

Los expertos son claros: la intensidad y frecuencia de estos fenómenos –con la excepción, claro está, de la erupción volcánica– es atribuible al cambio climático. El calentamiento global, sobre cuyos efectos los científicos vienen advirtiendo desde hace décadas, es una realidad cada día más patente, y la humanidad debe prepararse para mitigar sus efectos.

Los agricultores y ganaderos somos las principales víctimas del calentamiento global, pero también seremos el primer frente de combate en esta batalla. Nuestra actividad está tan íntimamente relacionada con el devenir de la meteorología como cabe imaginarse. Estamos concienciados, preparados y formados para producir alimentos en contextos complejos. ¿Qué es la agricultura sino la adaptación de las fuerzas de la naturaleza para garantizarnos un suministro estable de alimentos? Sin embargo, debemos reconocer que en los últimos meses la situación pasa de castaño oscuro.

Los agricultores y ganaderos necesitamos algo más que las palmaditas en la espalda que recibimos durante el confinamiento al seguir produciendo alimentos a pesar de la pandemia. Necesitamos, sobre todo, precios justos para nuestros productos, también comprensión y respeto de las Administraciones y del resto de la cadena alimentaria, y herramientas que nos permitan hacer frente a la incertidumbre y a los terribles fenómenos climáticos, meteorológicos y naturales que se suceden cada año con más frecuencia. Esas herramientas deben ser los seguros agrarios.

Estos días nos reuníamos en Madrid compañeros de todas las Uniones Territoriales de UPA expertos en seguros para el campo. Ellos y ellas me contaban cómo los agricultores y ganaderos son cada día más conscientes de lo imprescindibles que son ya los seguros para garantizar el futuro de una explotación agrícola.

Coincidían también en señalar el alto coste que tienen las pólizas, en especial por las dificultades de repercutir ese coste en el precio final del producto. No se entiende que los agricultores y ganaderos debamos siempre echar sobre nuestras espaldas todos los costes sin obtener después una remuneración justa. Es injusto e ilógico.

Es urgente que todas las Administraciones públicas, tanto el Gobierno central, como especialmente las Comunidades Autónomas, se conciencen de la necesidad de apoyar la contratación de seguros para el campo. Cada euro invertido en apoyar los seguros redundará en mayor confianza, mayor solvencia y mayor estabilidad para el sector primario en todo el país.

El seguro es imprescindible. Eso lo tenemos claro. Como claro tenemos también que los seguros deben modernizarse y reforzarse, contemplando la inmensa variedad de riesgos y siniestros que podemos sufrir los productores de alimentos. Y todo ello con precios asequibles y asumibles para todas las explotaciones agrícolas y ganaderas, sea cual sea su sector y condición.

La agricultura y ganadería familiar es la que más necesita los seguros. Porque nuestras explotaciones están vinculadas de forma estrecha a nuestras tierras y a nuestros pueblos. Porque nuestras raíces son profundas en nuestra tierra y no podemos –ni queremos– “deslocalizarnos” como hacen las grandes corporaciones si no les salen las cuentas.

Por todo ello trabajamos y luchamos en UPA cada día. Y lo hacemos con un diálogo constante con ENESA y Agroseguro, un diálogo constructivo y exigente, como el que hemos celebrado esta semana en Madrid. Somos muy conscientes de que la naturaleza no nos dará tregua, de que cada campaña será un poco más difícil e incierta que la anterior. Por todo ello animamos a contratar seguros, pero también pedimos reformas valientes que adapten el seguro a lo que necesita el campo. Porque el seguro agrario solo tendrá futuro si los agricultores y ganaderos confían en él y lo contratan de forma mayoritaria.